Ibas
con tu carga
y
volvías cargada
de
la compra.
Para
mi tenías
una
cestita de rejilla
rosa
con
asas doradas
que
se hincaban
en
mis manos.
Me
decías:
-Aguanta.
Enseñándome
tus marcas
mucho
más profundas
que
las mías.
A
tu lado
aprendí
a aguantar
siguiendo
tus pasos.
Y
ahora, casi es
una
traición
que
me traigan
la
compra
a
casa.